domingo, 6 de agosto de 2017

La Leyenda de Garxot i Miquelot



Hacia el año 1100 de la era cristiana, había en el pueblo de Orreaga, en el reino de Navarra, un famoso koblari (trobador), cuya voz e imaginación eran admiradas en varios valles.

A Gartxot, pues ese era su nombre, le encantaba contar la batalla que había tenido lugar tres siglos antes sobre los puertos que dominaban su pueblo. Lo hacía con inspiración y orgullo, pues su pueblo, el pueblo vasco, había aplastado al gran ejército del emperador Carlomagno, tras un combate desesperado, heróico.

Gartxot tenía un hijo al que había llamado Mikelot, y que prometía convertirse en un cantante tan bueno como su padre. Cuando aún era un niño, Mikelot ya cantaba con brío lo que le había enseñado Gartxot.

Pero en aquella época, la región de Gartxot y Mikelot estaba gobernada por unos monjes franceses de Sainte Foi de Conques, que poseían la abadía de Orreaga y las tierras de los alrededores. Un desgraciado día, el joven Mikelot estaba cantando cerca de Orreaga, y como de costumbre, había elejido contar la gran victoria de los Vascos sobre los Francos. El abad francés que dirigía el monasterio se le acercó, atraido por una voz tan pura. Pero al escuchar aquel relato en el que el Emperador Carlomagno había sido vencido por un pueblo de pastores, le invadió una ira espantosa. Atrapó brutalmente al niño y le preguntó dónde había ocurrido tan funesto acontecimiento. Mikelot no tuvo más que levantar la mano para indicarle la sucesión de puertos atravesaban el Pirineo por encima de ellos. Dominado por la furia, el abad decidió que la lengua de los Navarros, el vasco, sería proscrita en sus dominios, y que aquel lugar llevaría desde aquel momento un nombre francés. Eligió llamarlo "Roncevaux" (Roncesvalles). También se apoderó del pobre Mikelot, y lo encerró en la abadía.

Cuando Gartxot se enteró de la noticia, acudió rápidamente para reclamar a su hijo. Pero el abad no quería deshacerse de un niño que cantaba tan bien. Propuso a Gartxot que dejara a su hijo en la abadía, donde los monjes se ocuparían de su educación. En contrapartida, le prometió regalarle la cumbre de Elkorreta, una casa grande, y un rebaño de ovejas. Era una verdadera fortuna, pero el abad ponía una condición suplementaria: nunca más podría Gartxot pisar el suelo de Orreaga, ni acercarse a él. Despues de muchas dudas, Gartxot acabó por aceptar el mercado, seguramente empujado por la codicia, más que por la idea de ofrecer a su hijo un cómodo porvenir.

Así fue cómo el poeta consiguió la fortuna, pero perdió a su hijo. Mientras tanto, el abad se frotaba las manos, diciendose que nunca más ese niño cantaría las proezas de los Vascos en Orreaga, o mejor dicho, en Roncesvalles.

Los mon jes enseñaron al niño el latín y la lengua romana antepasada del fransés que utilizaban entre ellos. De la boca del hijo del poeta desaparecieron los versos cantados en la lengua más antigua que se pueda conocer. Las estrofas que antaño alababan el valor de los Vascos se tiñeron de desprecio, y ponderaron el mérito y la grandeza del Emperador Carlomagno y el heroísmo del caballero Roldán. Los montañeros y guerreros vascos fueron desterrados de la historia de la batalla de Roncesvalles, y sustituidos por miles de Sarracenos crueles.

Por su lado, Gartxot seguía encerrado en su cómoda casa de Elkorreta. Pero la soledad pronto le hizo comprender que los bienes materiales no son nada. Carcomido por los remordimientos,sufría horriblemente por la ausencia de su hijo.

Cuando se enteró de lo que los monjes estaban haciendo con Mikelot, no pudo resistirlo más y decidió romper su juramento. Juró, al contrario, que su hijo nunca más volvería a cantar las alabanzas del enemigo francés. Arriesgando la vida, bajó al valle, se acercó secretamente al monasterio, y consiguió liberar a Mikelot. Pero los sargentos fueron alertados y emprendieron una loca persecución a través del bosque. Agotados, Gartxot y Mikelot fueron cercados por los soldados franceses. Sabiendo que sería ejecutado, llorando de desesperación, Gartxot renovó su juramento. Despues de su muerte, su hijo no sería un instrumento de la propaganda francesa. Gritando él mismo de dolor, puso sus manos alrededor del cuello fragil de Mikelot, y apretó hasta estrangular a su hijo ante los ojos incrédulos de los sargentos.

Gartxot fue cargado de cadenas, y llevado ante la justicia de los Franceses. Lo condenaron a estar encerrado de por vida en el alto de Elkorreta, en una torre que se construyó para la ocasión.

Gartxot sobrevivió durante meses, pues los campesinos de la zona le traían regularmente víveres. Un perro que había sido el amigo de Mikelot a veces le traía algo de caza y le hacía compañia.

Pero el invierno fue duro aquel año, y la nieve impidió a los campesinos salvar las cuestas de Elkorreta para aportar su asistencia.
Mientras tanto, el abad de Roncesvalles fue trasladado, y se nombró a otro en su lugar. El nuevo jefe de la congregación decidió revisar el juicio contra el poeta. Le pareció que la sanción había sido demasiado dura, y que el prisionero había pagado lo suficiente por su culpa. El deseo de tener buenas relaciones con sus vecinos autóctonos era una buena razón para ello.

Una expedición desafió al invierno y a sus obstáculos de hielo y nieve para alcanzar la cumbre de Elkorreta. Pero todo fue en vano. En el mismo momento en que tiraban el tabique que encerraba a Gartxot en su torre prisión, el poeta daba su último suspiro, al lado del cadaver del perro que había sido de su hijo.

Hoy todavía, cuando en los meses de octubre y de noviembre sopla el viento del norte, cuando las palomas deciden abandonar el país, se puede oir un gemido tétrico que se parece extrañamente al de un hombre. Los montañeros navarros dicen que es el alma de Gartxot, que llora y pide perdón a su hijo.



No hay comentarios:

Publicar un comentario